Se trata de un lenguaje entre la geometría y el color. Está inspirado en la pintura de vanguardia que arranca a principios del Siglo XX con Vasili Kandinski, y que se prolonga con toda la vanguardia española.
Enrique Rojas nos ofrece un panorama sencillo, con un fondo claro por lo general, en donde aparecen rasgos infantiles, de niño pequeño, etéreos, vaporosos, desdibujados, imprecisos, en donde todo el argumento pictórico parece que va a echar a volar. La sensación que produce es una mezcla de paz y alegría, de serenidad y de buen tono vital.
El autor baja al subconsciente, al sótano de la persona, al archivo vivencial de cada uno, y allí explora modos de inspiración, que ya no son realistas (no es un paisaje, no es una naturaleza muerta, no es un retrato), sino otra cosa bien distinta: un paisaje interior que se hospeda en el cuarto de máquinas de la personalidad.